miércoles, 22 de diciembre de 2010

revista llegas

Edición 142, 08/08/2010


Al entrar a la sala, la escena se nos presenta intimista. Ante nosotros, una pequeña habitación bastante humilde: una cama, una silla, una guitarra y poco más llaman la atención, pero hay algo más en el clima. Una combinación entre la tenue iluminación y la disposición de los objetos crean la sensación de que algo extraño hay en todo esto, y es que Las horas muertas no es una historia que se desarrolla de forma lineal, sino que son más bien pequeñas sensaciones las que nos adentran en el relato. La historia es simple: Andrés y Nené son dos hermanos que, tras la muerte de su padre, están conviviendo con un primo lejano que había venido para el funeral y que se quedó más de la cuenta a causa de una enfermedad que contrajo. Ellos no lo recuerdan, pero él asegura conocerlos desde chicos. Simple pero efectivo, todo sucede en el mismo cuarto, el conflicto está sobre la mesa y el teatro servido. El tiempo es lo que marca la tensión dramática. La frustración y la nostalgia se hacen presentes. La carta que escribió su padre, leída una y otra vez, se convierte en la evocación de lo que ya no existe y de lo que se quiso pero no se pudo ser.
Las actuaciones son buenas y mantienen un registro exacerbado que sirve muy bien en los momentos de humor y que de todas maneras hace lugar a climas evocativos y melancólicos. Se destaca el uso de los sonidos en la escena –como la tos de Hilario o el barullo de Andrés moviendo y removiendo todo en la habitación–, que irrumpen creando la armonía del momento en que suceden, ando reforzar los climas de la obra.

FACUNDO MACEIRA
Templum. Ayacucho 318. Sáb. a las 21. $30.